jueves, 11 de octubre de 2012

Halo_Visiosos - Y Tambien Creepypasteros :/:






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Creepypasta - LOS EXTRAÑOS:


Mi nombre es Andrew Erics. Viví, alguna vez, en una ciudad llamada Nueva York. Mi madre es Terrie Erics. Si alguna vez vas a la ciudad, y lees esto, por favor, encuéntrala. Ella está en el libro amarillo. no le muestres esto, pero dile que la amo, y trato de volver con ella. Por favor.
Todo empezó cuando decidí, al cumplir 25, que era tiempo para dejar de llevar la mochila donde cargaba mis libros para ir a trabajar. Me haría lucir más maduro, pensaba.  Por supuesto que eso significaría también que tendría que dejar de leer en el metro  durante las mañanas y tardes. Un portafolio hubiera parecido un poco raro debido a que trabajaba en una fábrica, y un bolso de mensajería se hubiera visto, no lo sé, raro a mi gusto.
Tenía un reproductor de mp3, el cual me ayudaba a pasar el tiempo por un rato, pero se descompuso después de un tiempo.  Así que cada mañana, me sentaba en el metro  por medias horas que se me hacían eternas, con nada que hacer más  que ver pasajeros  subir y bajar del metro.  Era bastante tímido, y no me gustaba que me miraran, así que siempre buscaba la manera de taparme estando en público.
Rápidamente me percaté de que no era la única persona que se sentía poco confortable en público; Me di cuenta que había personas que se cubrían de distintas maneras, pero aprendí a distinguirlos. Estaban los nerviosos que no podían estar cómodos de ninguna manera, moviendo sus  manos, cambiando su posición, y mirando para todos lados.  Después de ellos, estaban los falsos-dormilones, los cuales normalmente corren a su asiento y cierran los ojos inmediatamente. La mayoría no dormía sin embargo. Los que realmente se quedaban dormidos se movían menos y generalmente se despertaban de repente cuando el tren llegaba a su estación. Por ultimo estaban los adictos al mp3, los ocasionales usuarios de laps o tablets y los que venían en grupos y hablaban muy fuerte. Eso sin contar los adictos al celular que parecían no poder cerrar la boca por menos de 2 minutos.
El observar gente era horriblemente aburrido. Hasta que encontré mi primera incongruencia. Un hombre de edad media con cabello café de tamaño y peso promedio, el cual se vestía de manera muy casual. Lo extraño en él, es que parecía quizá, demasiado normal. No tenía ninguna característica  remarcable, ningún manierismo, como si estuviera designado para desvanecerse en la multitud. Eso fue lo que hizo fijarme en él. Yo trataba de  ver de manera intencional, como era que la gente actuaba en el metro. Y el no actuaba para nada. No reaccionaba para anda. Era como ver a alguien sentado frente a la TV, viendo un documentario de peces; No estaba excitado, ni involucrado, pero tampoco miraba a otro lado. Presente pero distante.
Él siempre estaba en el metro por las tardes. Llevaba más  de un mes con mi experimento de observación a la gente, antes de que lo notara, porque no tomaba el mismo metro cada día, y nunca me sentaba en el mismo vagón de manera consiente. La primera vez que lo vi fue un lunes, me parece, y la segunda, fue el jueves de la misma semana. El obviamente tomo el mismo tren, y se sentó en el mismo lugar -incluso en el mismo asiento-. Como me llamo tanto la atención la primera vez, le preste  más  atención la siguiente. Francamente, él era perturbador. Se sentaba allí, sin hacer nada, sin cambiar su expresión, con la cabeza derecha, sin importar lo que pasara. Recuerdo a una mujer con un niño llorón que se sentó detrás de él, y aun así, nada. El no movió su cabeza, ni cambio su gesto en molestia. Él niño era jodidamente molesto!
Para cuando llegaba a mi parada,  me sentía con náusea, y mis manos temblaban como si tuviera un ataque de nicotina. Algo acerca de ese hombre estaba “mal”. Él era, pensaba, una especie de freak. Un sociópata quizá, uno de esos tipos callados que guardan docenas de cabezas de mujeres en un refrigerador, con su madre como primera víctima.
Por un tiempo, me dedique a holgazanear  de manera intencional después del trabajo. Me paraba en los centros comerciales y kioscos cerca del metro sin intenciones de comprar nada. Por un par de semanas, evadí tomar el metro a esa hora, y siempre que me encontraba en la parada, titubeaba para entrar en él. Me asegure de siempre tomar el carro más  lejano del cual había visto al hombre.
Entonces, una mañana,  vi a otra persona que alarmo las campanas de emergencia de mi cabeza. Una mujer, que lucía tan simple, tan fuera de lugar, y tan  ignorante de la conmoción de su alrededor.  Me di cuenta entonces, que reconocí a la mujer en el momento en el que mi obsesión  de mirar a las personas empezó nuevamente, debido al aburrimiento.  Lo  más  grave, es que este hobby de observar a las personas se había vuelto una especie de religión para mí; Me di cuenta que no podía entrar al metro o a un autobús sin examinar a  todos, llenando listas mentales en mi cabeza: Colores sólidos y simples, no usaba bolsa, pulseras o accesorios. No miraba casualmente a las ventanas o hacia otros pasajeros. Empecé a llamarlos los extraños.
No los veía a diario, ni cuando empecé a utilizar el metro aun cuando no  lo necesitaba. Pero estaban allí, de manera constante. Ver uno de ellos hacia que la mandíbula se me trabara, mis palmas  sudaran  y que mi garganta se secara. Si alguna vez has dado un discurso en público, sabes cuál es la sensación.
Ellos no me prestaban el más  mínimo de atención, a pesar de que sentía que estaba en display para ellos. Como era posible que ellos no me notaran?
No me notaban, al menos no de una manera que yo pudiera sentir. Eventualmente, mi curiosidad supero a mi miedo, y decidí seguir a uno. Elegí al primero que encontré, el hombre del tren de la tarde que siempre se sentaba en el mismo lugar. Tome un asiento, y me senté detrás de él. Llegando casi al final de la línea, él se levantó y camino antes que yo. Manteniendo distancia entre nosotros, lo seguí, pero el no llego muy lejos. Se sentó en una banca cercana, tan poco expresivo como siempre. Así que me puse detrás de una esquina y espere, tratando de parecer indiferente. Después de unos minutos, llego el siguiente metro lo vi tomarlo, sentados en el mismo asiento. No tuve el valor para seguirlo otra vez.
Simplemente tomo el metro al final de la línea y ya! Y luego qué? Se fue de regreso? Porque haría eso? Me preguntaba durante el camino a mi casa y mientras trataba de dormir. No podía dejar esto así, no hasta saber un poco que estaba pasando. Me sentía más  que confundido: Estaba realmente enojado! Porque este extraño tipo sacado del valle desconocido tomaba el tren de ida y regreso sin ir a ningún lado?! Recuerdo leer en algún lado que la mente rechaza ciertas cosas simplemente porque son agravantes; Por ejemplo, las arañas perturban a muchas personas, especialmente las grandes… Lucen simplemente extrañas, alíen para nosotros. Ese era el efecto de los extraños en mí. Ofendían a mis sentidos!
Lo seguí nuevamente el día siguiente. Y otra vez el día siguiente. Todos los días por al menos una semana; Los dos hacíamos nuestros viajes silenciosos juntos. Para el fin de semana, lo seguía por horas hasta que el último tren se detenía cerca de mi departamento. Nos movíamos de un lado de la ciudad al otro, y de regreso. Ya no miraba a las personas. No tenía ojos para nadie más , aunque si notaba algunas miradas confusas hacia mí. Fuera de eso, nosotros podríamos ser las únicas personas del planeta por lo que me importaba.
Perdí mi trabajo la siguiente semana. Mi jefe fue amable, tímido pero firme. No me concentraba. No tenía enfoque. No estaba siendo productivo. Fue de hecho, un gran discurso, me parece, pero apenas podía oírlo. Solo podía pensar en mi “Trabajo” nuevo, mi vigía… Que es lo que hacia ese hombre, esa cosa en el metro cuando no estaba yo para observarlo? Deje el trabajo por última vez casi al anochecer ese día. Desearía haber prestado más  atención aquel día. Estaba soleado? Era verano? Pude haber tomado un helado y cappuccino, o ver a algunas chicas bonitas para sacar esa obsesión de mi cabeza. O quizás encontrar un nuevo trabajo y esta vez, dedicarme a leer en los trenes y autobuses.
En lugar de eso, espere. Espere en la estación hasta que lo vi en una ventana. Me subí al vagón del tren y note por primera vez que mi piel no estaba pegajosa, ni mis manos húmedas ni mi corazón latía fuertemente. Por primera vez, me senté justo frente a él, directamente en su línea de visión. Espera por un cambio en sus gestos. Acaso me reconocería? Si lo hizo, no vi señales de ello realmente me fijaba en él. Me imagino la pareja que hacíamos, sentados uno frente al otro  mirándonos fijamente. No iba a permitir expresar mi furia interna , pero realmente me esforcé en permanecer tan inmóvil e inexpresivo como él. Pero por dentro, le gritaba. “Reacciona  maldito imbécil! Mírame carajo, quiero saber que eres!”
No lo hice, y mis demandas silenciosas no fueron respondidas, no en la primera vuelta, o la segunda, o la tercera, ni en la décima. Viajamos mucho esa noche juntos, y en cada terminal, nos bajábamos y esperamos. me sentaba a su lado en la banca, observándolo  desde la esquina de mi ojo, y aun así, no obtuve nada de él. Pero dos pueden jugar ese jueguito.
Finalmente, realizamos nuestro último viaje juntos. Lo tenía, y lo sabía. En el último viaje de los trenes en la noche antes de que estos dejaran de correr. Siempre lo dejaba ir a partir de este punto, porque la terminal representa un largo camino a mi casa, y los autobuses dejan de operar casi al mismo tiempo que el metro. Pero esta vez, lo seguí, para finalmente  saber que hacia cuando los trenes dejaban  de funcionar. finalmente obtendría respuestas… Quizá.
El tren se detuvo, y la anticipación crecía en mí. El vagón se vaciaba alrededor nuestro lentamente, hasta que solo quedamos los dos observadores silenciosos. Luche internamente por mantener una sonrisa maniática.
El extraño no se movió, seguía sin reaccionar. El carro permanecía inmóvil, con las puertas  abiertas. Se escuchó el aviso de que habíamos llegado al final de la línea, y que todos tenemos que desalojar el metro.  El extraño seguía sin moverse. Finalmente, escuche unos pasos, un conductor o alguien, asomándose para asegurarse que nadie se quedaría  en los vagones antes de llevar el tren a donde quiera que lleven los trenes en la noche. Aun así, no quite la mirada de mi acompañante silencioso.
Logre ver al conductor desde la esquina de mi ojo cuando finalmente llego a nuestro vagón. Se asomó, puso sus ojos en nosotros, y puso un gesto de extrañeza en su cara. Parpadeo un par de veces. Espere a que el hablara en el momento que se acercó, pero con una ligera negación en su cabeza, nos dejó. Había un vagón más  después del nuestro, y escuche que lo reviso, y unos minutos después, el tren se empezó a mover nuevamente. Avanzamos por un rato, después dio una vuelta, y el tren se detuvo en su aparcamiento. Pude ver a re ojo los demás  trenes a lado nuestro.
Y entonces, me sonrió. Fue muy ligero, que hubiera pasado desapercibido, si no hubiese estudiado su cara. “Así que”, me dijo en un áspero tono, “Hemos llegado”.
Trate de responderle, pero no pude hacerlo. Mi garganta se secó. Me llene de terror. Sentí que la caverna subterránea en la que estábamos, se había derrumbado sobre de mi de repente. tosí, y finalmente, con una vos rasposa, le pregunte lo que me había mantenido despierto y me había llevado casi a la locura, y me atrajo a este momento. “¿Que eres tu?”
Me ignoro. Se levantó y las puertas del tren se abrieron. Entonces, de manera sorpresiva, se volteo para mirarme diciéndome, “¿Vienes?” no espero mi respuesta y camino en la plataforma. Temblando, y tropezándome, lo seguí. “Carajo, vamos, háblame, que eres?! Porque viajas en el metro todo el maldito día?!”. No me miro siquiera, ni detuvo su paso. No podía ver su cara, pero me es fácil adivinar que no reacciono en lo absoluto. Lo seguí por un rato, gritándole todavía por un rato, pero eventualmente me rendí.
Caminando en la plataforma hasta que llegamos a un cruce. estábamos ahora perpendiculares a los trenes a nuestro alrededor. El camino estaba iluminado desde arriba, pero no podía ver donde terminaba. Parecía haber demásiados trenes como para servir a la ciudad. Pero no me importaba, mi atención estaba en el extraño.
No estoy seguro de cuánto tiempo caminamos. el extraño de repente se detenía para mirar un vagón por un par de minutos, para después seguir su camino. Me tomo un rato entender el porqué, pero eventualmente vi que no todos eran iguales. Largas líneas de ellos lucían similares, pero  a veces notaba un modelo diferente. A veces eran un poco más  chicos o más  grandes o a veces eran de un modelo un poco diferente. Incluso las cabinas de los conductores eran superficialmente diferentes también. No sabía exactamente que estaba buscando el extraño,  porque después de una vuelta, las puertas de un vagón se abrieron frente a nosotros. Entramos y tomamos nuestros asientos.
“¿Estas dispuesto a hablar ahora?”, le pregunte. No hubo respuesta. Suspire de frustración y realmente empecé a pensar en darle un golpe en la cara, cuando de repente, las luces del tren se encendieron, y el motor se encendió nuevamente. “¿Qué carajo..?”
Me miro de una manera casi triste. “No podrás regresar”.
“¿De que me estás hablando? ¿Regresar a dónde? No me respondió. De repente, el tren se puso en movimiento en dirección contraria de dónde venimos. Al menos, eso creo. Lo mire, y note que su Mirada vagabunda se hacía cada vez más  aguda, y por primera vez, tuve la sensación de que me miraba.
“Calla, mantente en silencio. No llames su atención”.
El tren se detuvo, y las puertas se abrieron, y entonces, ellos entraron como una ola. No sé qué fue lo primero que note –Los extraños ropajes, los brazos demasiado largos, cuyas manos casi se arrastraban por el piso, los ojos completamente negros, o su piel azuleada. Mi cerebro tardo mucho en procesar lo que mis ojos veían, pero cuando finalmente lo hizo, sentí que mi Corazón estallaría. Diablos, creí que yo estallaría por completo.  Mis instintos me gritaban
–Quédate quieto! No te muevas, no llames su atención!!!”
Viajamos en el vagón del metro quietos y sin expresión por horas, por días quizá. Parecía más  larga de la línea que conocía, la línea por la cual seguí al extraño. Esas cosas horribles a nuestro alrededor parecían no prestarnos atención. Estaba tan petrificado, tan asustado, que cuando finalmente regresamos a la caverna con trenes, colapse en lágrimas , con el extraño mirándome impacientemente.
Cuando gane control de mí mismo, lo mire y le implore, “Llévame a casa… Por favor…”.
“No puedo” –replico-. “No sé cuál de estos te llevara de regreso, si alguno puede hacerlo”. Se paró y salió del vagón, y entonces lo seguí. Volteo de repente  exclamándome ¨Creo que me has seguido suficiente!”
La furia que tenía antes con él, la que se disipo por el miedo, regreso nuevamente. “¿Que?” le grite, acercándome. Lo tome por lo hombros, y con una fuerza que no sabía que estaba en  mí, lo empuje en contra de uno de los vagones. “Maldito hijo de puta, que carajos me hiciste?!”. Lo azote una y otra vez. “Llévame de regreso!” Él se quedaba mirándome pasivamente mientras mi furia me dejaba vacío. “Por favor, por favor llévame a casa”.
“Así no funciona. Si estamos juntos, es más  probable que nos noten. Vete. Quédate quieto y se sutil, y ellos creerán que eres uno de ellos”.
“Como me pudiste hacer esto, ¿porque?!”
Me miro casi tristemente. “Tenía que hacerlo. Tú lo harás también. Quedaras… atorado algunas veces”.  Se quitó mis manos de mis hombros, y se alejó de mí. Me puse de rodillas, después de perder mi fuerza repentinamente, y lo vi alejarse. “Lo siento”. Y entonces, se había ido.
Trate de encontrar el camino por el que había iniciado, encontrar un tren que reconociera, pero no estaba ya seguro de a dónde iba. Finalmente, encontré un tren que parecía vagamente familiar. O al menos estaba tan desesperado que eso quería creer. Cuando me acerque a la puerta, esta se abrió para mí y tome asiento. El metro se movió, y a pesar de ser un ateo de toda la vida, ore por encontrar la salida. El tren se detuvo, y por un momento pensé que estaba salvado. Gente! Seres humanos! Debo ser el hombre más  afortunado del mundo!
Entonces note los ojos. Específicamente, el gran tercer ojo al centro de sus frentes. “Bien al Diablo contigo, Dios”, pensé.
Su tercer ojo parpadeaba independientemente de los otros dos, lo cual encontré nauseabundo. Y cuando uno de ellos sonrió, note que sus dientes eran filosos y  chuecos, y verde-amarillo por la suciedad. Pero aun así fui cuidadoso y selectivamente ciego.
Entonces note que no había ni comido ni tomado liquido por horas, quizá días, y sentía que necesitaba comer algo.
En la siguiente terminal, decidí tratar de encontrar algo que comer y beber. No sé porque espere, pero me pareció importante – Llegar al final de la línea. Cuando llegue allí, me costó mucho salir del vago; Nunca había visto al extraño  salir de bajo tierra; Nunca lo había visto ni comer ni beber. Sin embargo, mi estómago no tomaría un “no” como respuesta. Trate de poner mi cara lo más  neutral posible y salí de la estación.
Estaba enojado, perdido, hambriento y abandonado a un destino que si no fuese peor que el infierno, era dos veces más  estúpido y con tres veces menos sentido. No estaba en mi mejor estado mental. Normalmente trataba de dar vueltas amplias en las esquinas para evitar chocar con alguien o algo.  Continúe en la obscuridad por un buen rato hasta llegar a una pequeña abertura en la pared. Hambriento y desesperado, me senté en la pared, con mis piernas totalmente recogidas, imaginándome a mi golpeado al maldito extraño con un martillo hasta la muerte. Era una imagen aliviadora.
Una rata estaba merodeando cerca en la obscuridad. Normalmente, la hubiera pateado para espantarla, pero ahora no me moleste ni por eso. Rabia o lo que sea sería una bendición comparado a viajar por subterráneos de mundos desconocidos, solo y perdido. Cuando se me acerco, no la espante, aun cuando se pegó a mi pierna, no me importo. No hasta que un tren paso, y la luz de los vagones iluminaron el lugar en el que yo estaba, y la cosa que yo creí, era una rata.
Parecía una rata, sí, pero con facciones arácnidas. Como si alguien las hubiera cruzado, resultando en la horrible abominación que husmeaba por mi pierna.  Me pare rápidamente, y la patee como un balón de soccer, al lado opuesto de la pared, y la mire retorcerse hasta que el tren paso regresando  la obscuridad.
Y en la obscuridad, me llegó un horrible pensamiento; Me pregunto si se podrá comer esa cosa. Me asqueaba el imaginármelo, pero estaba hambriento. Y no había garantía de que encontraría comida en este lugar, o en algún otro momento. La cosa esa era mi única opción. Me mantuve tanto como pude, pero creo que mis instintos de supervivencia triunfaron sobre mi asco. Tenía mi encendedor, pero nada conque encender un fuego. Tome un poco de carne de su cascaron, y la cocine un poco con el encendedor, pero no ayudo mucho. Nada hubiera podido. La carne era fétida, más  fétida de lo que puedes imaginarte. He comido muchas cosas cuestionables en mi vida, pero nada tan asqueroso, como la carne de esa cosa.
En retrospectiva,  Fue ese momento en el que me convertí en un extraño. Antes, me costaba mantenerme sin expresiones como los otros. Destazar y comer una creatura casi alíen en la obscuridad, bajo un mundo extraño, alienígeno, fue cuando perdí toda la cordura. Para cuando deje la obscuridad, y regrese al túnel, estaba tan falto  de expresiones y vacío por dentro como el primer extraño que había visto.
Eso no fue lo peor sin embargo. Lo peor vino después, la primera vez que me atasque. El extraño la había mencionado, pero en el estado que estaba, casi no lo note, Una noche, al final de la línea, se me pidió abandonar el tren en un mundo casi parecido al mundo normal. Le gente allí era casi humana, por lo que podía reconocer. Eran anaranjados y jorobados, seguro, pero fuera de eso, eran prácticamente “normales” –En el “mundo” que había visitado anteriormente, habitaban criaturas gordas con seis pechos sin nariz, así que los tipos anaranjados lucían bastante hermosos para mí-.
Al principio pensé que el conductor le hablaba a alguien más , pero yo era el único en el vagón. Y además, le entendí. Cuando me pare, me di cuenta de porque no me podía parar derecho: Tenia una joroba, y vi mi reflejo que tenía la piel naranja. Entonces me di cuenta de todo. Atorado significaba, estar atrapado en este mundo. Sería útil de no ser porque es posible dejar la “estación”, pero al momento de poner un pie fuera de ella, te das cuenta de los nauseabundo que es para ti un mundo alienígena. Tu cerebro hace comparaciones y trata de establecer normalidad, lo que te pone demasiado nauseabundo.
No podía ni quería quedarme en ese lugar. Solo quería una de dos cosas: Encontrar mi hogar, o encontrar al extraño que me puso en este camino, y patearle el trasero. Nada más me daría alivio.
Algunas veces me pregunte si podía hacer yo que algún pobre bastardo me siguiera en este inframundo por la eternidad… Si podría atraerlo de alguna manera… Resulta que no tenía que hacerlo. Después de unos meses, uno de ellos, me noto, y si, comenzó a seguirme por semanas. De manera cuidadosa, hice los posible por parecer que no lo había visto, justo como el extraño había hecho conmigo. Pero estaba indeciso entre el deseo de advertirle o de traerlo al final de la línea para dejar este inframundo de una vez por todas.
La última noche, el me siguió al final de la línea, justo como yo lo había hecho alguna vez. No tuvo el valor de sentarse frente a mí, sin embargo. Cuando el tren se detuvo, el huyo rápidamente. Deje el vagón, y el tren se fue sin mí, mientras yo maldecía en mi interior. Mientras caminaba hacia los túneles, el joven que me había estado siguiendo, me ataco. Tenía un cuchillo curvado y me tomó absolutamente de sorpresa. Pero ya he viajado por mundos hostiles por años, así que mis reflejos fueron muy agudos.
Peleamos viciosamente, hasta que pude hacer que soltara el cuchillo, el cual tome, y accidentalmente hundí en su cuello. No quería matarlo, ni siquiera estaba enojado. Mientras el yacía en el suelo, desangrándose, me enoje mucho. Lo patee repetidas veces mientras le gritaba, “Idiota, se supone que debías seguirme!”. Hui de la escena del crimen, pero no por mucho; era temprano, y podía tomar el primer tren. Así que tome el primer tren, una vez más  al final de la línea, a la “central”. Era invisible para el conductor una vez más . Supuse entonces que, para llegar a la “central”, debes de llevar a uno, o matarlo.
Era invisible otra vez, pero también era naranja y jorobado, hasta la siguiente vez que me quede atorado. Esta siguiente vez, mate nuevamente. Ese otro cayo mucho más  rápido. No quería que ella me siguiera. Una vez que me reconoció ella como un extraño, yo la reconocí como la “próxima” y tome mi decisión. No voy a atraer a nadie a esto.
Me Pregunto ahora del extraño que me introdujo a esto. Como lucia originalmente, y si sabía que podía matarme. Me pregunto también de los otros que vi antes, y de las raras ocasiones que me topé con otros extraños en mis viajes en el inframundo. Matan o los atraen? E independientemente de lo que eligen, lo consideran piedad? No me atrevo a hablar con ellos. Estamos condenados de todas maneras, y los condenados debemos sufrir en soledad.
He matado ya a 15, y me he hecho muy bueno en ello. Pero he tomado una decisión. No matare más  – inocentes, al menos -. Antes de llegar a la “central” por primera vez,  llene mi mochila con tanto papel como pude,  y escribí esta historia, cientos de veces, dejándolos en botellas en las estaciones. Esta es una advertencia y una petición.
Mi petición, como ya dije, es la de encontrar a mi madre. Una mentira blanca. Dile a mi mama que la amo, y que intento regresar  a casa. Quizá le dé un poco de esperanza, o un poco de paz. Ojala fuera verdad. Pero esta es la cosa: Me he visto a mí mismo como Odiseo, tratando de regresar a casa, aunque perdido y sin rumbo. Perdido en túneles interminables, como un laberinto.  Pero con una diferencia: Un laberinto es diseñado, construido. Alguien o algo creo este lugar imposible. Me reclutaron como a Teseo, pero no voy a jugar ese papel. Sus extrañas reglas me convirtieron en un monstruo, así que seré el minotauro de este laberinto. Y si puedo, destruiré todo lo que está a mi alrededor, y destruiré a los que hicieron este lugar. Los haré responsables de esto.
Mi advertencia es que debes tener mucho cuidado en lugares públicos, de las personas silenciosas e inexpresivas. Hombres o mujeres. Pueden matarte. O pueden hacerte algo peor. Si los ves, aléjate, huye rápidamente. Pero más  importante: No tomes el metro al final de las líneas.

Creepypasta - EL ENJENDRO MALDITO:
A la luz de una vela de sebo colocada en un extremo de una rústica mesa, un hombre leía algo escrito en un libro. Era un viejo libro de cuentas muy usado y, al parecer, su escritura no era demasiado legible porque a veces el hombre acercaba el libro a la vela para ver mejor. En esos momentos la mitad de la habitación quedaba en sombra y sólo era posible entrever unos rostros borrosos, los de los ocho hombres que estaban con el lector. Siete de ellos se hallaban sentados, inmóviles y en silencio, junto a las paredes de troncos rugosos y, dada la pequeñez del cuarto, a corta distancia de la mesa. De haber extendido un brazo, cualquiera de ellos habría rozado al octavo hombre que, tendido boca arriba sobre la mesa, con los brazos pegados a los costados, estaba parcialmente cubierto con una sábana. Era un muerto.
El hombre del libro leía en voz baja. Salvo el cadáver todos parecían esperar que algo ocurriera. Una serie de extraños ruidos de desolación nocturna penetraba por la abertura que hacía de ventana: el largo aullido innombrable de un coyote lejano; la incesante vibración de los insectos en los árboles; los gritos extraños de las aves nocturnas, tan diferentes del canto de los pájaros durante el día; el zumbido de los grandes escarabajos que vuelan desordenadamente, y todo ese coro indescifrable de leves sonidos que, cuando de golpe se interrumpe, creemos haber escuchado sólo a medias, con la sospecha de haber sido indiscretos. Pero nada de esto era advertido en aquella reunión; sus miembros, según se apreciaba en sus rostros hoscos con aquella débil luz, no parecían muy partidarios de fijar la atención en cosas superfluas.
Sin duda alguna eran hombres de los contornos, granjeros y leñadores.
El que leía era un poco diferente; tenía algo de hombre de mundo, sagaz, aunque su indumentaria revelaba una cierta relación con los demás. Su ropa apenas habría resultado aceptable en San Francisco; su calzado no era el típico de la ciudad, y el sombrero que había en el suelo a su lado (era el único que no lo llevaba puesto) no podía ser considerado un adorno personal sin perder todo su sentido. Tenía un semblante agradable, aunque mostraba una cierta severidad aceptada y cuidada en función de su cargo. Era el juez, y como tal se hallaba en posesión del libro que había sido encontrado entre los efectos personales del muerto, en la misma cabaña en que se desarrollaba la investigación.
Cuando terminó su lectura se lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta. En ese instante la puerta se abrió y entró un joven. Se apreciaba claramente que no había nacido ni se había educado en la montaña: iba vestido como la gente de la ciudad. Su ropa, sin embargo, estaba llena de polvo, ya que había galopado mucho para asistir a aquella reunión.
Solamente el juez le hizo un breve saludo.
-Lo esperábamos -dijo-. Es necesario acabar con este asunto esta misma noche.
-Lamento haberlos hecho esperar -dijo el joven, sonriendo-. Me marché, no para eludir su citación, sino para enviar a mi periódico un relato de los hechos como el que supongo quiere usted oír de mí.
El juez sonrió.
-Ese relato tal vez difiera del que va a hacernos aquí bajo juramento.
-Como usted guste -replicó el joven enrojeciendo con vehemencia-. Aquí tengo una copia de la información que envié a mi periódico. No se trata de una crónica, que resultaría increíble, sino de una especie de cuento. Quisiera que formara parte de mi testimonio.
-Pero usted dice que es increíble.
-Eso no es asunto suyo, señor juez; si yo juro que es cierto.
El juez permaneció en silencio durante un rato, con la cabeza inclinada. El resto de los asistentes charlaba en voz baja sin apartar la mirada del rostro del cadáver. Al cabo de unos instantes el juez alzó la vista y dijo:
-Continuemos con la investigación.
Los hombres se quitaron los sombreros y el joven prestó juramento.
-¿Cuál es su nombre? -le preguntó el juez.
-William Harker.
-¿Edad?
-Veintisiete años.
-¿Conocía usted al difunto Hugh Morgan?
-Sí.
-¿Estaba usted con él cuando murió?’
-Sí, muy cerca.
-Y ¿cómo se explica…? su presencia, quiero decir.
-Había venido a visitarlo para ir a cazar y a pescar. Además, también quería estudiar su tipo de vida, tan extraña y solitaria. Parecía un buen modelo para un personaje de novela. A veces escribo cuentos.
-Y yo a veces los leo.
-Gracias.
-Cuentos en general, no me refería sólo a los suyos.
Algunos de los presentes se echaron a reír.
En un ambiente sombrío el humor se aprecia mejor. Los soldados ríen con facilidad en los intervalos de la batalla, y un chiste en la capilla mortuoria, sorprendentemente, suele hacernos reír.
-Cuéntenos las circunstancias de la muerte de este hombre -dijo el juez-. Puede utilizar todas las notas o apuntes que desee.
El joven comprendió. Sacó un manuscrito del bolsillo de su chaqueta y, tras acercarlo a la vela, pasó las páginas hasta encontrar el pasaje que buscaba. Entonces empezó a leer.
II
LO QUE PUEDE OCURRIR EN UN CAMPO DE AVENA SILVESTRE
«…apenas había amanecido cuando abandonamos la casa. Íbamos en busca de codornices, cada uno con su escopeta, y nos acompañaba un perro. Morgan dijo que la mejor zona estaba detrás de un cerro, que señaló, y que cruzamos por un sendero rodeado de arbustos. Al otro lado el terreno era bastante llano y espesamente cubierto de avena silvestre. Cuando salimos de la maleza Morgan iba unas cuantas yardas por delante de mí. De repente oímos, muy cerca, a nuestra derecha y también enfrente, el ruido de un animal que se revolvía con violencia entre unas matas.
»-Es un ciervo -dije-. Ojalá hubiéramos traído un rifle.
»Morgan, que se había parado a examinar los arbustos, no dijo nada, pero había cargado los dos cañones de su escopeta y se disponía a disparar. Parecía algo excitado y esto me sorprendió, pues era célebre por su sangre fría, incluso en momentos de súbito e inminente peligro.
»-Venga -dije-. No esperarás acabar con un ciervo a base de perdigones, ¿verdad?
»No contestó, pero cuando se volvió hacia mí vi su rostro y quedé impresionado por su expresión tensa. Comprendí entonces que algo serio ocurría, y lo primero que pensé fue que nos habíamos topado con un oso. Colgué mi escopeta y avancé hasta donde estaba Morgan.
»Los arbustos ya no se movían y el ruido había cesado, pero mi amigo observaba el lugar con la misma atención.
»-Pero ¿qué pasa? ¿Qué diablos es? -le pregunté.
»-¡Ese maldito engendro! -contestó sin volverse.
Su voz sonaba ronca y extraña. Estaba temblando.
»Iba a decir algo cuando vi que la avena que había en torno al lugar se movía de un modo inexplicable. No sé cómo describirlo. Era como si, empujada por una ráfaga de viento, no sólo se cimbreara sino que se tronchaba y no volvía a enderezarse; y aquel movimiento se acercaba lentamente hacia nosotros.
»Aunque no recuerdo haber pasado miedo, nada antes me había afectado de un modo tan extraño como aquel fenómeno insólito e inenarrable. Recuerdo -y lo saco a colación porque me vino entonces a la memoria- que una vez, al mirar distraídamente por una ventana, confundí un cercano arbolito con otro de un grupo de árboles, mucho más grandes, que estaban más lejos. Parecía del mismo tamaño que éstos, pero al estar más clara y marcadamente definido en sus detalles, no armonizaba con el resto. Fue un simple error de perspectiva pero me sobresaltó y llegó incluso a aterrorizarme. Confiamos tanto en el buen funcionamiento de las leyes naturales que su suspensión aparente nos parece una amenaza para nuestra seguridad, un aviso de alguna calamidad inconcebible. Del mismo modo, aquel movimiento de la maleza, al parecer sin causa, y su aproximación lenta e inexorable resultaban inquietantes. Mi compañero estaba realmente asustado; apenas pude dar crédito a mis ojos cuando le vi arrimarse la escopeta al hombro y vaciar los dos cañones contra el cereal en movimiento. Antes de que el humo de la descarga hubiera desaparecido oí un grito feroz -un alarido como el de una bestia salvaje- y vi que Morgan tiraba su escopeta y, a todo correr, desaparecía de aquel lugar. En ese mismo instante fui arrojado al suelo por el impacto de algo que el humo ocultaba -una sustancia blanda y pesada que me embistió con gran fuerza.
»Cuando me puse de pie y recuperé mi escopeta, que me había sido arrebatada de las manos, oí a Morgan gritar como si agonizara. A sus gritos se unían aullidos feroces, como cuando dos perros luchan entre sí. Completamente aterrorizado, me incorporé con gran dificultad y dirigí la vista hacia el lugar por el que mi amigo había desaparecido. ¡Que Dios me libre de otro espectáculo como aquél! Morgan estaba a unas treinta yardas; tenía una rodilla en tierra, la cabeza, con su largo cabello revuelto, descoyuntada espantosamente hacia atrás, y era presa de unas convulsiones que zarandeaban todo su cuerpo. Su brazo derecho estaba levantado y, por lo que pude ver, había perdido la mano. Al menos yo no la veía. El otro brazo había desaparecido. A veces, tal como ahora recuerdo aquella escena extraordinaria, no podía distinguir más que una parte de su cuerpo; era como si hubiera sido parcialmente borrado (ya sé, es extraño, pero no sé expresarlo de otra forma) y al cambiar de posición volviera a apreciarse de nuevo en su totalidad.
»Debió de ocurrir todo en unos pocos segundos, durante los cuales Morgan adoptó todas las posturas posibles del obstinado luchador que es derrotado por un peso y una fuerza superiores. Yo sólo lo veía a él y no siempre con claridad. Durante el incidente soltaba gritos y profería maldiciones acompañadas de unos rugidos furiosos como nunca antes había oído salir de la garganta de un hombre o una bestia.
»Permanecí en pie por un momento sin saber qué hacer, hasta que decidí tirar la escopeta y correr en ayuda de mi amigo. Creí que estaba sufriendo un ataque o una especie de colapso. Antes de llegar a su lado, lo vi caer y quedar inerte. Los ruidos habían cesado pero volví a ver, con un sentimiento de terror como jamás había experimentado, el misterioso movimiento de la avena que se extendía desde la zona pisoteada en torno al cuerpo de Morgan hacia los límites del bosque. Sólo cuando hubo alcanzado los primeros árboles, aparté la vista de aquel insólito fenómeno y miré a mi compañero. Estaba muerto.»
III
UN HOMBRE, AUNQUE ESTÉ DESNUDO, PUEDE ESTAR HECHO JIRONES
El juez se levantó y se acercó al muerto. Tiró de un extremo de la sábana y dejó el cuerpo al descubierto. Estaba desnudo y, a la luz de la vela, mostraba un color amarillento. Presentaba unos grandes hematomas de un azul oscuro, causados sin duda alguna por las contusiones, y parecía que lo habían golpeado en el pecho y los costados con un garrote. Había unas horribles heridas y tenía la piel desgarrada, hecha jirones.
El juez llegó hasta el extremo de la mesa y desató el nudo que sujetaba un pañuelo de seda por debajo de la barbilla hasta la parte superior de la cabeza. Al retirarlo vimos lo que tenía en la garganta. Los miembros del jurado que se habían levantado para ver mejor lamentaron su curiosidad y volvieron la cabeza. El joven Harker fue hacia la ventana abierta y se inclinó sobre el alféizar, a punto de vomitar. Después de cubrir de nuevo la garganta del muerto, el juez se dirigió a un rincón de la habitación en el que había un montón de prendas. Empezó a coger una por una y a examinarlas mientras las sostenía en alto.
Estaban destrozadas y rígidas por la sangre seca. El resto de los presentes prefirió no hacer un examen más exhaustivo. A decir verdad, ya habían visto este tipo de cosas antes. Lo único que les resultaba nuevo era el testimonio de Harker.
-Señores -dijo el juez-, estas son todas las pruebas que tenemos. Ya saben su cometido; si no tienen nada que preguntar, pueden salir a deliberar.
El presidente del jurado, un hombre de unos sesenta años, alto, con barba y toscamente vestido, se levantó y dijo:
-Quisiera hacer una pregunta, señor. ¿De qué manicomio se ha escapado este último testigo?
-Señor Harker -dijo el juez con tono grave y tranquilo-; ¿de qué manicomio se ha escapado usted?
Harker enrojeció de nuevo pero no contestó, y los siete individuos se levantaron y abandonaron solemnemente la cabaña uno tras otro.
-Si ha terminado ya de insultarme, señor -dijo Harker tan pronto como se quedó a solas con el juez-, supongo que puedo marcharme, ¿no es así?
-En efecto.
Harker avanzó hacia la puerta y se detuvo con la mano en el picaporte. Su sentido profesional era más fuerte que su amor propio. Se volvió y dijo:
-Ese libro que tiene ahí es el diario de Morgan, ¿verdad?. Debe de ser muy interesante porque mientras prestaba mi testimonio no dejaba de leerlo. ¿Puedo verlo? Al público le gustaría…
-Este libro tiene poco que añadir a nuestro asunto -contestó el juez mientras se lo guardaba-; todas las anotaciones son anteriores a la muerte de su autor.
Al salir Harker, el jurado volvió a entrar y permaneció en pie en torno a la mesa en la que el cadáver, cubierto de nuevo, se perfilaba claramente bajo la sábana. El presidente se sentó cerca de la vela, sacó del bolsillo lápiz y papel y redactó laboriosamente el siguiente veredicto, que fue firmado, con más o menos esfuerzo, por el resto:
-Nosotros, el jurado, consideramos que el difunto encontró la muerte al ser atacado por un puma, aunque alguno cree que sufrió un colapso.
 
IV
UNA EXPLICACIÓN DESDELA TUMBA
En el diario del difunto Hugh Morgan hay ciertos apuntes interesantes que pueden tener valor científico. En la investigación que se desarrolló junto a su cuerpo el libro no fue citado como prueba porque el juez consideró que podría haber confundido a los miembros del jurado. La fecha del primero de los apuntes mencionados no puede apreciarse con claridad por estar rota la parte superior de la hoja correspondiente; el resto expone lo siguiente:
«…corría describiendo un semicírculo, con la cabeza vuelta hacia el centro, y de pronto se detenía y ladraba furiosamente. Al final echó a correr hacia el bosque a gran velocidad. En un principio pensé que se había vuelto loco, pero al volver a casa no encontré otro cambio en su conducta que no fuera el lógico del miedoal castigo.»
«¿Puede un perro ver con la nariz? ¿Es que los olores impresionan algún centro cerebral con imágenes de las cosas que los producen?»
«2 sep. Anoche, mientras miraba las estrellas en lo alto del cerco que hay al este de la casa, vi cómo desaparecían sucesivamente, de izquierda a derecha. Se apagaban una a una por un instante, y en ocasiones unas pocas a la vez, pero todas las que estaban a un grado o dos por encima del cerco se eclipsaban totalmente. Fue como si algo se interpusiera entre ellas y yo, pero no conseguí verlo pues las estrellas no emitían suficiente luz para delimitar su contorno. ¡Uf! Esto no me gusta nada…»
Faltan tres hojas con los apuntes correspondientes a varias semanas.
«27 sep. Ha estado por aquí de nuevo. Todos los días encuentro pruebas de su presencia. Me he pasado la noche otra vez vigilando en el mismo puesto, con la escopeta cargada. Por la mañana sus huellas, aún frescas, estaban allí, como siempre. Podría jurar que no me quedé dormido ni un momento -en realidad apenas duermo. ¡Es terrible, insoportable! Si todas estas asombrosas experiencias son reales, me voy a volver loco; y si son pura imaginación, es que ya lo estoy.»
«3 oct. No me iré, no me echará de aquí. Esta es mi casa y mi tierra. Dios aborrece a los cobardes…»
«5 oct. No puedo soportarlo más. He invitado a Harker a pasar unas semanas. Él tiene la cabeza en su sitio. Por su actitud podré juzgar si me cree loco.»
«7 oct. Ya encontré la solución al misterio. Anoche la descubrí de repente, como por revelación. ¡Qué simple, qué horriblemente simple!»
«Hay sonidos que no podemos oír. A ambos extremos de la escala hay notas que no hacen vibrar ese instrumento imperfecto que es el oído humano. Son muy agudas o muy graves. He visto cómo una bandada de mirlos ocupan la copa de un árbol, de varios árboles, y cantan todos a la vez. De repente, y al mismo tiempo, todos se lanzan al aire y emprenden el vuelo. ¿Cómo pueden hacerlo si no se ven unos a otros? Es imposible que vean el movimiento de un jefe. Deben de tener una señal de aviso o una orden, de un tono superior al estrépito de sus trinos, que es inaudible para mí. He observado también el mismo vuelo simultáneo cuando todos estaban en silencio, no sólo entre mirlos, sino también entre otras aves como las perdices, cuando están muy distanciadas entre los matorrales, incluso en pendientes opuestas de una colina.»
«Los marineros saben que un grupo de ballenas que se calienta al sol o juguetea sobre la superficie del océano, separadas por millas de distancia, se zambullen al mismo tiempo y desaparecen en un momento. La señal es emitida en un tono demasiado grave para el oído del marinero que está en el palo mayor o el de sus compañeros en cubierta, que sienten la vibración en el barco como las piedras de una catedral se conmueven con el bajo del órgano.»
«Y lo que pasa con los sonidos, ocurre también con los colores. A cada extremo del espectro luminoso el químico detecta la presencia de los llamados rayos ‘actínicos’. Representan colores -colores integrales en la composición de la luz- que somos incapaces de reconocer. El ojo humano también es un instrumento imperfecto y su alcance llega sólo a unas pocas octavas de la verdadera ‘escala cromática’. No estoy loco; lo que ocurre es que hay colores que no podemos ver.»
«Y, Dios me ampare, ¡el engendro maldito es de uno de esos colores!»
FIN

1 comentario:

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